miércoles, 24 de febrero de 2016

Sentimientos que acumulamos

¿Cuántas estancias tiene en su casa? ¿Cómo saben las personas que le visitan a qué dedica cada una de ellas? Yo le respondo, lo saben por lo que allí guarda. Si tiene una cama, es una habitación; si colocó una mesa con sillas, es un comedor; si instaló el sofá, es la sala. Pero, si está llena de corotos se trata del lugar para almacenar cosas viejas.
Sentimientos que acumulamos
Y, si la llenó de basura, tal vez, cuenta con un zafacón gigante. Los muebles que tienen dentro definen los lugares. Así es nuestra alma. Lo que acumulamos en ella nos dice quiénes somos. Si guardamos rencores, vicios y mezquindades, le estamos dando un nombre a nuestro yo.  
Entonces, hay que tener cuidado con lo que “nos tragamos”. Pregúntese si trata a su alma como a un cuarto en el que va acumulando cosas sin pensar y las deja caer allí para “algún día” organizarlas.
Puede que el reguero sea tan grande que no haya dónde poner nada más. Al final, ni sabrá a qué le ha dado paso. Así acumulamos dentro sentimientos que no identificamos. Capaces de destruirnos y que alimentamos sin darnos cuenta. Todo de lo que hacemos acopio en nuestra alma, que está destinad a dejar aquí, como caparazón inservible, el cuerpo, le va imprimiendo el sello de lo que en verdad somos. Que no siempre es lo que ven los demás, ni lo que suponemos nosotros. Algún día, cuando se termine este camino y nos toque seguir hacia Dios, o hacia donde nos corresponda, emergerá de adentro nuestra verdad.
Estaremos ante el espíritu que hemos modelado durante nuestro paso por esta tierra.
Lo que saldrá de allí, de lo profundo de nuestro ser, es la obra construida con lo que usamos para alimentar nuestro espíritu. Eso incluye los sentimientos provocados y sentidos. Las acciones y decisiones. También las huellas que nos dejan los libros, la música, las películas  y los ambientes que escogimos. Y me pregunto si algunos no nos sorprenderemos al conocernos a nosotros mismos. Si hemos acumulado mucha basura que nos negamos a identificar hasta que, llegado el momento, hay que hacerle frente.  Como cuando abres el cuarto de los corotos,  tan lleno de  un montón de cosas  y,  semejante a un monstruo, todo se nos viene encima.

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